El aceite de palma es un aceite vegetal que proviene del fruto del árbol Elaeis Guineensis, originario de África pero extendido también a otros países del sur de América y sudeste asiático.

Este aceite ha sido consumido durante años por los habitantes de sus países de origen, hasta que los países occidentales solicitaron importarlo para incluirlo como ingrediente en muchos productos alimentarios, ya que es un aceite que a más de ser barato, liga muy bien organolépticamente con otros ingredientes, dando sabor, untuosidad, brillantez, estabilidad y aumentando la vida útil del producto.

El aceite de palma rojo (aceite de palma virgen) en su estado originario, cuando todavía no ha sido transformado por la industria, posee diversas grasas saturadas pero, también monoinsaturadas y poliinsaturadas, por lo que su balance nutricional es positivo y favorable para nuestro organismo. A más es rico en diferentes compuestos fitoquímicos que le proporcionan un gran poder antioxidante.

El problema viene cuando el aceite se refina ya que pierde gran parte de estos compuestos. Lamentablemente esta labor es imprescindible para el uso que se le quiere dar por parte de la industria. Se utiliza para dar gusto, textura y conservación a galletas, snacks, pasteles, etc., con lo cual tenemos otros inconvenientes añadidos y, es que estos productos a su vez, van cargados de grandes cantidades de azúcares, grasas hidrogenadas, harinas refinadas y sales, por lo que nutricionalmente son poco recomendables.

Así, la mala publicidad que se le ha dado a este aceite es totalmente errónea. Apuntarlo como el único causante de subir el colesterol LDL y aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares no es correcto. Se ha de ser consciente de que si lo consumiéramos de forma aislada en su estado virgen sería incluso beneficioso y, de que si ingerimos galletas que no lleven aceite de palma pero sí azúcar y harina refinada, estamos consumiendo igualmente un producto poco recomendable.